Article d'opinió sobre l'esport

18.12.2014 12:36

Como buena metáfora de la vida, el fútbol depara días para volver loco a cualquiera, cruces de caminos para sufrir una ventolera crónica. Le ocurrió el domingo a Simeone. Si el Calderón destilaba un ambiente guerracivilista, en el banquillo local había un argentino con una encrucijada emocional de aúpa. Tenía un choque entre la afición, otro en el césped y dos en Buenos Aires. Por si fuera poco, como guiño del destino, el joven Vietto, al que el Cholo hizo debutar en Racing con solo 17 años en octubre de 2011, acudió rápido a saludar a su mecenas. Esta vez no era partido a partido, sino muchos al tiempo.
Con menos cholismo que de costumbre en el estadio, por el cerco policial a los ultras del Frente, el Atlético sucumbió ante el Villarreal tras 27 partidos invictos en su estadio, un año y medio de recorrido glorioso. Para colmo, el gol fue de Vietto. Sin más remedio, con la derrota en la mochila, por infrecuente que fuera, a Simeone le quedaba por delante una noche toledana. Su amado Racing, al que dirigió en 34 partidos -también jugó 23 con La Academia-, se disputaba el título con River, al que no solo entrenó en 44 encuentros, sino en el que juega su hijo Giovanni. Al final, el Cholo tuvo que brindar con su corazón racinguista y por el éxito de su ahijado Vietto. Ah, y se da por hecho que también por el incipiente triunfo del Atlético con sus ultras, cuestión en la que Simeone se ha mostrado más tibio de lo que debiera. Quizá porque en Argentina se ha metabolizado la violencia hasta el hueso. Sin ir más lejos, el River-Quilmes del domingo no pudo concluir por el asalto de las barras visitantes. En un día de risas y llantos, el tema ultra es el único reproche que merece Simeone. Porque a alguien mesiánico como él cabe pedirle mucha más contundencia.
En lo deportivo, el traspié con el Villarreal merece una mirada por el retrovisor para comprobar la magnitud de la obra de este argentino, que es mucho más que un entrenador. Solo Luis Aragonés está en condiciones de disputarle el primer trono del olimpo colchonero. Simeone logró que rugiera el viejo Atlético, el que se sentía grande, el que nunca bajaba la guardia ante nadie.


Simeone ha conquistado algo más que títulos. Ha devuelto el orgullo a las gentes colchoneras, que ya creen en todo, hasta en levantarle trofeos al Madrid y al Barça en su propio estadio, en las narices de CR y Messi. Empezó siendo un equipo de finales. Le faltaba plantilla, se decía. Hasta que fue capaz de afrontar una aventura colosal como ganar la Liga mientras se quedaba a un dedo de entronizarse en la Champions.

Simeone, al que han ninguneado de mala manera algunos pomposos que dan esos premios de cartón piedra, tiene todos los rasgos del genuino Atlético. No en vano, es un argentino por cuyas venas discurre el Manzanares. Conviene recordarlo cuando acaba de perder, por más que el domingo ganara algún que otro duelo. Ahora, solo resta que partido a partido ayude a ganar al fútbol español el gran reto que tiene en las gradas.